El mundo del idiota

La mujer del charco


Nunca dijo que sí. Su cabeza no hizo ademán alguno; no movió los labios siquiera. Se pasó la mano por el cabello, tirando de él con tal fuerza que parecía se quedaría enredado entre sus dedos. Ellos solo le miraban, en tanto, el cabecilla reiteraba la pregunta una y otra vez. ¿Te has tirado a una mujer en tu puta vida?, resonaban las palabras, se agolpaban en los sesos para explotar, luego, con una efervescencia crispante.
Nadie le dijo que ellos estarían allí, a la vuelta del matorral fantasmagórico que precedía la fuente. El hermano Sordo solo vino andando con efusividad inverosímil, se enjugó los labios, y penetró la entrada del escondrijo con suavidad, casi como sobre una de esas pasarela de la que la abuela describía. El hermano Sordo no vio nada, ni una mosca en alrededor. El hermano Ciego, a tientas, regresó de beber agua y ni chistó cuando se sentó en una roca a la entrada del escondrijo. Solo lamió sus labios con placer, recordando hasta la última gota de agua que bebió. Solo eso. Ninguno de los dos vio o escuchó cosa alguna. 

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